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 Travesía al Volcán Overo - Río Atuel

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Trekking en la Cordillera de Mendoza

Una travesía para llegar a los pies del Volcán Overo, ubicado en las nacientes del Río Atuel.
Paso a paso, cómo realizar esta experiencia cordillerana.

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Cerca de las nacientes del
 Río Atuel, en la Provincia de Mendoza, se encuentra el Volcán Overo. Esta mole de roca y nieve se eleva majestuosa con sus 4.800 metros de altura. Llegar hasta sus pies constituye por sí solo una aventura.

El camino que hasta hace unos años conducía a una refinería de azufre, ubicada en la base del volcán, se encuentra en la actualidad muy desmejorado.

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Dado que esta vía de acceso posee tramos cortados y no hay mantenimiento, es recomendable transitar en un vehículo de doble tracción o preparado para este tipo de terreno. Para los amantes de la del departamento que lleva el mismo nombre, se puede recopilar información y buscar algún media de transporte que siga por la Ruta Nacional 40 hacia el sur.

Este centro urbano, ya sea por sus recursos naturales como por su potencialidad económica, es uno de los más importantes de la provincia. Con un acceso simple desde distintos lugares del país, tanto en auto particular, micro o avión.

Ya instalados en el lugar, se pueden realizar diferentes circuitos turísticos. Por ejemplo, el de los diques Valle Grande, Nihuil y Los Reyunos, y el famoso Cañón del Atuel, con sus formaciones rocosas multicolores.

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 Trekking en Argentina

 Equipo Necesario para Trekking

Por la Ruta 40, luego de atravesar las primeras estribaciones cordilleranas por la Cuesta de los Terneros, se arriba a la localidad de El Sosneado (el camino continúa a Malargüe y el centro turístico de Las Leñas, de manera que el tráfico vehicular es abundante).

Este pequeño pueblo, cobijado par una hermosa arboleda y ubicado a 140 kilómetros de San Rafael, es la puerta de entrada al Valle del Atuel.

En la despensa del caserío, Fernando Miranda (24 años), estudiante de geología, y Enrique Miranda (29), físico investigador de la Universidad de Buenos Aires, adquirieron las provisiones y el combustible de último momento.

Allí existe, además, una hostería propiedad de Edgardo Barrios, a donde puede acudirse en case de necesitar un vehículo con conductores experimentados en caminos serranos. Con él convinieron los hermanos Miranda el traslado hasta el Hotel Termal y su regreso a la semana siguiente.
Temprano por la mañana, luego de cargar las mochilas y las cajas de provisiones en el techo de la camioneta, partieron por la Ruta Provincial 220 para ir adentrándose en el valle.

El camino de ripio se encuentra en buen estado. Finalmente se llega a la Laguna de El Sosneado, pequeño espejo de agua en el que se reflejan los picos helados del Risco Plateado y El Sosneado. Este último cerro es el más alto de la región (5.198 metros) y, por ende, la meta más codiciada para los amantes del andinismo superior.
Tres kilómetros más adelante, sobre la vera de la huella se encuentra la Cueva del Indio, original formación geológica que fue habitada par los aborígenes de la zona. Desde la entrada de la cueva se aprecia su tamaño real, como también su disposición estratégica para dominar el valle.

A partir de aquí Edgardo Barrios dió muestras de su maestría al volante, dado que la huella desaparecía en algunos tramos. Las numerosas vertientes que descargan sus aguas en el Atuel originan profundos badenes, que borran por momentos todo rastro del camino.

Varias veces los Miranda fueron intimados a recorrer esos trechos a pie, con el fin de quitarle peso a la camioneta. Felizmente, pasado el mediodía arribaron al Hotel Termal. Mejor dicho el ex hotel, ya que lamentablemente se encuentra abandonado desde hace varias décadas. Hoy sólo permanecen en pie las paredes junta a los restos de las piletas termales, como testimonio del esplendor de otras épocas.

En las inmediaciones de la construcción se observa un gran pozón natural de aguas azules, que invitan a tomar un relajante baño termal.
Mientras se arreglaban los detalles relativos al regreso, chofer y expedicionarios almorzaron en las majestuosas escalinatas del hotel un apetitoso pollo al horno que se había llevado para tal fin.

Después del postre, Enrique y Fernando se despidieron y observaron cómo se alejaba la camioneta en sentido contrario a sus pasos. A partir de ese momento todo dependía nada más que de ellos dos.

La caminata se tornó pesada par la falta de entrenamiento y el exceso de peso que había en las mochilas.

La vegetación es escasa, de tipo arbustiva.

También se pueden ver conjuntos de matas de pastos asociadas a vertientes de agua. Unos pocos kilómetros más adelante apareció el Refugio Militar General Soler, buen lugar para pernoctar. Durante las pocas horas de luz que quedaban se reacomodó la carga, y se tomaron algunas instantáneas del atardecer.

Luego de haber dormido profundamente toda la noche, continuaron la marcha hasta llegar a un complejo minero abandonado. Fueron siete largas horas de caminata con la mochila a cuesta. Unicamente se detenían para descansar, beber agua y comer alguna golosina como energético.
Del complejo sólo quedaban unas pocas casas semidestruidas y el edificio de la antigua refinería de azufre completamente deshabitado.

En otras épocas, mediante un cablecarril se recibía el azufre extraído de la mina a 4.300 metros de altura. Después de realizar sociales con el puestero que vive en el lugar, los Miranda decidieron cenar y pasar la segunda noche en una de las construcciones.

Por la mañana, mientras Fernando preparaba el desayuno, Enrique consultó con el baqueano el camino a seguir. Serpenteando por una de las laderas del volcán, la huella asciende suavemente.

Por momentos, el sol tomaba la subida agotadora, de manera que cada arroyito que se cruzaba se transformaba en una parada obligada.

Desde aquí se podía avistar la laguna de deshielo en donde nace el Río Atuel, y a la que se puede acceder internándose por el fondo del valle.

Luego de otra jornada complete de ascenso ininterrumpido, llegaron al Angulo; es una estación intermedia donde el cablecarril cambia abruptamente de dirección. Como vestigios de aquellas obras ingenieriles quedan todavía torres y algunas construcciones donde se puede pernoctar.
El día siguiente continuó en una larga travesía hasta el último refugio habitable. Una construcción de piedra con techo de zinc, donde la nieve que había penetrado durante el invierno por las ventanas rotas se había transformado en una lengua de hielo que amenazaba con devorar a los inquilinos. Sin embargo, a Fernando y Enrique les pareció estar en el mejor de Ios hoteles.

La presencia de una mesa y de un par de catres metálicos le dieron a este asilo una visión bastante confortable.

Junto a la soledad de la montaña, comieron una elaborada cena con las últimas luces del sol, que lentamente se escondía detrás de una cordillera siempre nevada.

Finalmente, la última etapa. La más insospechada. Por la mañana temprano Los hermanos Miranda, luego de tomar un suculento desayuno, partieron rumbo a la cabecera del cablecarril.

La antigua senda se hacía difícil de distinguir: el hielo y la nieve prácticamente la habían borrado. A medida que ascendían, la altura se comenzaba a sentir.

Pasado el mediodía arribaron a la mina de azufre. Dentro de la construcción estaba la sala de máquinas del cablecarril, Los carritos colgados, empotrados en el hielo, como dispuestos a emprender una vez más el trabajo de transporte del mineral.

Después de un rápido y nutritivo almuerzo, siguieron hacia la cima. Unas horas más tarde, tras bordear un glaciar, llegaron a una cumbre que, para gran decepción de los montañistas, no era la principal. Detrás de allá, a un par de kilómetros de distancia, se erigía un pico de colores amarillentos con abruptas pendientes, que sólo se distingue a esa altura.
Fernando y Enrique sopesaron las posibilidades de continuar.

Pero considerando que se avecinaba una tormenta y quedaban pocas horas de luz, decidieron disfrutar unos momentos de la montaña para luego emprender el descenso.

El regreso se tornó difícil: el terreno irregular cubierto de hielo, junto con nubes cargadas acompañadas de violentas ráfagas de viento helado, impedían una caminata relajada.

Ya exhaustos, se detuvieron en el refugio, porque caía la noche.
Dos días después y tal cual lo previsto, se encontraron con Edgardo y la camioneta. Pese a no haber alcanzado la cumbre principal, la aventura por estos parajes tan poco conocidos de Mendoza valió la pena.
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